Volvía
de noche a casa. Aquella tarde junto a Courtney Love, empeñando en los
suburbios de aquel barrio residencial mi Fender Jaguar, habíamos sucumbido a la
contaminación que nos mata un poco más.
Aquel
oscuro y sempiterno cielo sobre la casa de nuestra vecina Amy había vuelto a
llenarse de fulgurantes luciérnagas que emergían desbocadas como torbellinos
incandescentes. Mi nuevo vecino Montag, el bombero, había vuelto a sufrir otro
nuevo episodio de crisis psicótica. Precisamente la noche en la que el señor
Brooke y la señorita Meg presidían la ceremonia nupcial a la que Montag y su
esposa Laurie habían sido invitados.
Las
biblias junto a los infinitos trofeos y carpetas en las que Amy había plasmado
en bocetos, todos los informes de los inflamables trabajos por los que Montag
había sido condecorado, absolutamente todo, había quedado reducido a escombros.
No quedaban más que unos centímetros de cenizas por los suelos de lo que fuera
aquella estancia; la impecable biblioteca familiar de los Sullivan.
Pero
Montag, aunque sobrepasado por sus celos y resentimientos, estaba feliz. Había
logrado su propósito; evitar a toda costa que su entrañable amante, la señorita
Meg, contrajera matrimonio con Brooke, ese estúpido aspirante a manager.
—Cariño,
no debes preocuparte. Olvidaste tomar el litio, sólo es eso— dijo Laurie, ajena
a las razones de un enfermizo Montag abatido y ligeramente tiznado, que con sus
músculos faciales reteniendo la mejor de sus comprometidas sonrisas, descansaba
en su hogar, sin casco ni botas, sobre el predilecto sofá de escay mientras rompía
con la inusitada violencia de ciento veinte decibelios y el Back In Black de
AC/DC, el sueño de sus malnacidos vecinos.
Me
encanta esa jodida canción, con catorce años ya copié a estos cabrones.
Descolgué
el teléfono y, botella de whisky en mano, llamé a casa de los Montag con
intención de felicitarles.
—Dígame—
contestó Laurie.
Esa
voz femenina, suave me ponía más que el veneno de Love.
—Hola,
soy Kurt, necesito hablar con el señor Montag—
—Montag
descansa en estos momentos— se excusó firmemente Laurie.
—Mmmmm…
vamos a ver señora Laurie, ¿cómo se lo digo?, dígale a su esposo que coja el
maldito teléfono de una vez— Insistí inútilmente y colgó.
Desde
mi ventana observé el apartamento de los Montag, él dispuso de su ignífuga
cazadora en la que destacaba, en tonos brillantes 451 y corrió hasta la boca metálica del tubo transportador del
edificio. Lo seguí. Allí se introdujo deslizándose hasta la zona de seguridad
de la Avenida 17- Sector B donde se encontró con una silueta femenina fumando
impaciente bajo la luz de una farola de queroseno.
—Hola
Meg— Saludó Montag con impasible ademán.
—Hola
Montag, has jodido mi boda y lo sabes. No sé si lo has hecho con esa intención
o si ha sido realmente un brote psicótico de los tuyos. Jo sabe lo nuestro.
Teddy, tu jefe se lo ha contado todo y ahora ella se lo confesará a Laurie; Jo
y Courtney contrataron tus servicios para terminar con la biblioteca de los
Sullivan y acabar con Kurt Cobain—
Las
palabras de Meg se clavaron como alfileres en los oídos de un enamoradizo
Montag que tras abrazarla y lamerle delicadamente el cuello, la susurró;
—Brooke
es un androide, muñeca. —
—Oh
Montag, mi amor. Te amo, llévame contigo. Tendremos hijos, quemarán
bibliotecas.
De
lejos escucho todo, sé que aquí no puedo estar pero en mi garaje está la
solución. Maldita Courtney Love.
Enlaces a los trabajos de algun@s Insectos Comunes:
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