Husmeo entre las hojas de un
libro que no está escrito,
juegas con los almendros en
flor
mientras bailes de músicas con
lunas
naufragan en tus islas
desiertas,
calles en blanco y negro
y letras sin escribir.
Desde hace tres horas
una silla pegada a mi culo
y en mis manos folios en
blanco
claman al libro de la calma;
Neal Cassady está muerto.
En las vías del tren, Guanajuato, terminó de componer el manuscrito de agua y fuego. Un anciano vendedor de lunas ahogadas y estrellas calcinadas que pasaba por allí lo reconoció.
—Creí haberte dicho que no lo escribieras. Pero no has hecho caso, Neal—
(Manu LF)